Somos ignorantes en la medida que no abrimos nuestra mente a
lo que hay más allá de las cuatro paredes donde nos hemos encerrado...
Recién casada mi esposo me decía que debíamos viajar a India
y en mi ignorancia no podía dejar de pensar en todos los documentales dolorosos
e imaginar una nación retrograda y sin mayor razón para ir a conocer.
Pero como mis planes no son muchas veces los de Dios y él
suele darnos siempre una mirada diferente de las cosas, en mi corazón se fue
sembrando la duda sobre cómo sería India y qué habría por descubrir allí. Faltaron
solo algunas películas para interesarme por esta cultura, su gente y sentir un
amor especial aún por esas cosas que ante los ojos de “occidente” no tienen
mucho sentido.
Fue sólo dar el sí quiero ir y las cosas se dieron de una
manera inesperada. Tan rápido que no tuve tiempo para digerir lo que vendría
con ello. Iríamos a la tierra donde lo más representativo serían las vacas en
las calles y donde la pobreza absoluta pareciera ser el único icono con que
este lado del mundo les reconoce.
¿Qué por qué la India? Ni yo misma entendía pero cada día
que pasaba se aumentaba la curiosidad y percibía que había un gran propósito al
ir. No serían unas simples vacaciones, recorrer todo el mundo 19 horas desde Houston
tomando dos aviones diferentes para llegar al primer destino no era tan simple,
sobre todo cuando se sufre de claustrofobia y otros problemas de salud aquejan.
Salimos de Colombia el 31 de enero de 2015 a la madrugada
rumbo a Houston lugar que nos acogería con amor y esplendor para dar el
siguiente empujón a nuestras vacaciones, con poco equipaje, podría decir que llevábamos
más ilusiones que ropa y la seguridad que al volver no seríamos los mismos.
La Primera parada fue Dubai, después de 16 horas de vuelo nos encontrábamos
en la primera escala de nuestro viaje, en medio del lujo y lo artificial que me
inspira esta zona del mundo no sentía ni las piernas y creí haber perdido la
poca cola que tenemos las rolas. A duras penas era consciente de lo que estaba
pasando pues el sueño me tenía en medio de una realidad paralela. Una hora y
media de escala y tres horas más para arribar a la primera parte de nuestro
viaje, hora y media para tratar de pellizcarme y reaccionar ante lo que verían
mis ojos.
3 de febrero de 2015 2:00 am. Al llegar a Mumbay me encontré
con un aeropuerto de llegadas internacionales precioso, los olores y las
sonrisas ya de por sí eran diferentes, si me permiten decirlo y sin restarle mérito
y belleza al aeropuerto de Dubai, estaba en un lugar más real y bello.
La primera sonrisa que recibí fue de la persona encargada de
ayudar a saber dónde quedan los baños, la misma persona que estará pendiente el
100% del tiempo de su turno de que los baños estén limpios y que nada te falte,
en pocas palabras ellos no entran a raticos a limpiar sino que todo el tiempo están
pendientes de las caras de asco que refieren una urgente limpieza o por
definición tienen que aguantar cada cagada que allí se deposite. Luego me daría
cuenta que no es sólo en el aeropuerto, sino que también los centros Comerciales
tienen este si se puede llamar servicio.
Lo interesante del asunto es que la cara de la persona no
era de cólico, su trabajo lo realizaba con la mayor alegría a pesar de ser las
2:00 am y el amor con el que hacía su complicado pero quizá para algunos, insignificante
trabajo, me auguraba aprender como nunca lo había hecho en otro lugar.
La India ya empezaba a mostrarme una nueva cara del mundo,
una nueva piel, empezaba a darme la visión de un lugar con abismales
diferencias, capaz de transformar mi ingenua y acostumbrada cabeza. La India
sería el nuevo lugar por descubrir y Mumbay y Kerala la pequeña muestra gratis
de una cultura con infinidad de valores y colores.