Cuando uno es grande o por lo menos cuando cree que lo es uno
de los sueños más comunes es tener una vivienda propia, es posible que no
queramos repetir la historia de nuestros padres que arrendaron toda su vida o
simplemente queramos tener una parte de nuestras vidas adultas más tranquila.
El verdadero reto comienza cuando te la entregan y con ello
vienen todas las responsabilidades, que la pintura se sopló, que llamé a la
constructora para que arreglen la gotera, los pagos, los servicios y una
infinidad de tareas que recuerdan que ya no eres el pequeño que encendía luces
por toda la casa sin que le doliera el bolsillo.
Pero hay sin duda un hecho que te recuerda con mayúscula
sostenida que ya eres mayor, es la palabra más temida de todos los años y de
cada propietario. ¡Sí! Es la palabra asamblea que para ser más exacto es asamblea
de copropietarios y que después de mi primera experiencia hace un par de días
llegué a la conclusión de que en el infierno hay una zona que se llama de esa
forma.
No hay momento donde más conozcas a tus vecinos, es allí que
de la nada parejas, viejitos, revolucionarios y seres pasivos aparecen. La
señora de las fiestas, el que cuelga ropa en el balcón de arriba, vuelves a ver
a tus vecinos del lado, conoces a los amigos del administrador que suelen ser de
a 4 o 5 y a los detractores que suelen ser la mayoría.
Aprendes que si llegas a tiempo los demás no lo harán y el
quórum se alcanza unos 40 minutos después de que llegaste. Cuando por fin
arranca todo, hay dos o tres que si leyeron todo el informe y tienen listos sus
cañones para apuntar.
Y qué puedo decirles, mi primera experiencia fue fructífera
aprendí que es enajenado, cómo pelear en una asamblea y como tumbar una
asamblea por falta de transparencia en lo que se está diciendo. Sin duda este
espacio es un reflejo de nuestra sociedad que no confía en las autoridades, que
de un lado busca sacar tajada y del otro que no le metan los dedos a la boca.
Y no le resto importancia a las asambleas pero sin duda
están tan devaluadas que necesita ser replanteadas y no desde su estructura
participativa sino desde la mente de los administradores y los copropietarios.
Deberían ser espacios útiles donde se deciden cosas de un bien común y no
asuntos que unos pocos consideran relevantes, espacios donde se construye
comunidad y no se destruyen entre dos bandos de la comunidad. En fin, deberían ser
espacios de los que uno no debería salir pensando que ‘no son de Dios’.