Estando
aquí en Dallas descubro cada vez más cosas, no hablo de lugares o de comidas,
me refiero a cosas en mi corazón, ese que parecía estar perfecto y que ahora
fuera de su zona de confort no lo está tanto.
Cuando
estamos lejos de lo conocido, todo lo que hacemos y somos varía. Es como si un
terremoto muy fuerte desacomodara todo alrededor y por obvias razones debes
reconstruir. No se trata de un tema de coherencia, ni que allá fueras uno y acá
otro, solo que te expones tanto con tu fragilidad que ese encuentro frente a
frente con ella te hace ver de qué estás hecho y qué te falta.
Nunca he
estado más feliz como ahora. Es como si un rompecabezas nuevo comenzara armarse
en cada camino que recorro y a través de cada persona que conozco, me encuentro
con lo peor de mí pero a la vez me reencuentro con lo mejor que tengo. Mientras
más me alejó de lo desconocido suelto las máscaras que creí me protegían, entre
más me alejo me gusta más como Dios me creó.
No creo que
sea necesario irse de un lugar para vivir lo que estoy viviendo, para cambiar
no se necesita tomar un avión y vivir muy lejos, se necesita decisión, alejarse
de la zona de confort, dar un salto a las mentiras y sonreírle un poco a tu
propio corazón. Se necesita coquetearle a nuestra alma, preguntarle cómo está,
arriesgarse sin temores y hacer Su voluntad (la de Dios).
Por años
hemos estado armando nuestras historias basados en lo que otros nos dijeron que
debían ser, pero ignoramos lo que nuestro creador quería en esencia que fuéramos,
escribimos libretos basados en las vidas de otros pero tememos escribir nuestra
historia.
Vivamos un día
a la vez, un día tras otro aprendiendo que ser nuestra mejor versión es la
mejor manera de darle gracias a Dios por el regalo de estar vivos. Veamos lo desconocido como la mejor oportunidad.