Por: Camilo Fierro
A veces Dios nos regala cosas que no deseamos, y
nuestra reacción nos puede sorprender.
Sam, así lo llamaremos, fue quien me recibió en el
ministerio de IT en mi iglesia en NYC. Recuerdo mucho ese día, porque nos
encontramos en los cinemas de enfrente de donde nos reunimos cada domingo, y me
costó mucho amarlo por su falta de atención hacia mí. Meses después, tuve la
oportunidad de ir conociendo su corazón. Y sí, hay personas en Nueva York que
son muy frías o distraídas, pero también tienen cosas buenas. Y él es de los
que tiene muchas en su corazón.
Era
la primera vez que iba a las oficinas de la iglesia para pasar un buen rato y
hablar de muchas cosas con mi líder de servicio. Era uno de aquellos viernes en
que no trabajaba por el horario en mi proyecto, y había tomado mi scooter para
ir.
Sam
estaba allí, y recuerdo que me preguntó si tenía un casco para montar el
scooter. Él estaba contándonos que tiene un ‘algo’ con Dios de ir regalando
cosas a personas. Había preguntado si conocíamos a alguien que quisiera su
televisor, pero ni mi líder ni yo supimos decirle quién. Por mi lado, hice una
nota mental de preguntar en el grupo de conexión si alguien estaba interesado.
Pero
bueno regreso al tema. Tiempo atrás, mi amada y a veces cantaletosa esposa
Lucía me había pedido que comprara un casco ella no quería que andara por la
ciudad sin eso, pero yo la ignoré porque, la verdad, me daba mamera, pena y
estaba seguro que me dañaría el peinado.
“¿Cuál
es tu activo más preciado?” - Preguntó Sam. Sin darme tiempo de responder,
continuó: “eres desarrollador, ¿no?”
“Sí”
- Le dije mientras pensaba que mi activo más preciado eran mis manos.
“Si
eres desarrollador, entonces tu activo más preciado es tu mente. Debes andar
por la ciudad con tu mente protegida. Tengo un casco para regalar, y te lo voy
a dar a ti para que lo uses cuando montes el scooter ” - Sam me lo dijo como si
se creyera mi papá. De inmediato, sentí la misma mamera y tuve la misma
reacción que con mi esposa (ignorarla). La diferencia es que mi esposa no tenía
el dinero para comprarme el casco (en otra ocasión les hablaré de éste tema,
porque mi esposa vive de una mesada), pero Sam ya tenía uno.
Me
sorprendió la manera de hablar con autoridad de él, y ahora aprendo que acá en
NY hay que hablarle a la gente con mucha autoridad para que te den un espacio
de su atención y una pizca de su respeto, como cuando le doy el asiento en el
subway a alguien que lo necesita. Es una ciudad agitada y llena de egos, pero
maravillosa por su variedad y potencial.
El
caso es, que cuando le conté a mi esposa, me dijo que llevaba una semana orando
por el tal casco.
¿Cuántas
veces nos olvidamos que estas cosas son regalos de Dios? ¿Por qué nos cuesta
tanto entender cosas tan básicas, que aprendemos casi que el mismo día que
conocemos a Dios, como que todo lo bueno viene de Él? Lo que Sam me dijo era
completamente cierto. Dios no quiera, pero, ¿y si me accidento montando
scooter? Es más que obvio que el solo hecho de montar scooter en Manhattan
aumenta mis chances de accidentarme, pero mi mente terca y orgullosa no lo
quería aceptar. Ahora tengo una hija en camino, y aparte de deber cuidarme más
por ella y por mi esposa, debo ser un ejemplo aún sin que me vean.
Dicho
y hecho, a los dos días, Sam cumplió su palabra y me entregó el casco en la
iglesia. Pero ni crean que me había dado cuenta del regalo de Dios. Le dí un
'gracias' artificial, mientras pensaba en lo cansón que iba a ser llevarme ese
casco a la casa y que iba a ser un objeto más para acumular en nuestro pequeño
apartamento.
Mi
esposa estaba felíz cuando lo vio. Dios había cumplido 1 Juan 5:14 al pie de la
letra, porque sí es su voluntad cuidarnos, incluyendo si es necesario utilizar
objetos físicos. Lo que pasa, es que a veces somos tercos y creemos que lo
natural (físico) no es reacción de algo que pasa en lo sobrenatural
(espiritual).
Era
lunes, el día en que debía usar el casco por primera vez, y, ¿qué hice? Me
resistí. Ese día no fui al trabajo en scooter solo para no tener que usar el
casco. Pero Dios es bueno y paciente. Nos ama tanto que busca el mejor momento
para confrontarnos y llamarnos la atención cuando estamos siendo
indisciplinados. Entre ayer y hoy me di cuenta de su bendición y de que lo
mismo me puede pasar a mí como padre. Si no soy ejemplo, no voy a poder pedirle
a mi hija que utilice un casco para su protección. Además, hoy pude entender lo
que sintió Dios cuando lo rechacé el viernes, ¡y el sábado, y el domingo, y el
lunes! Me imaginé al lado del árbol de navidad con mi hija, dándole un hermoso
regalo que tanto busqué, y viendo cómo ella lo abría y lo despreciaba. Vi la
misma pataleta que le hice a Dios por el casco, y me quebré.
Luego
de leer lo escrito en este post, me doy cuenta que necesito un corazón un
poquito más como el de mi esposa. Un corazón que se sorprenda con cada detalle
que me da la vida, un corazón que deje de mirar al piso y levante sus manos al
cielo en agradecimiento cada día, celebrando que tenemos a un Dios que nos
cuida tanto con ángeles, como con cascos.
Para tu reflexión:
¿Qué
regalo de Dios has rechazado o ignorado? ¿Cómo reaccionaste? ¿Qué decisión
tomas hoy para evitar el no ver la bondad de Dios?